
Texto:
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un
pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
Llegó el momento del parto, rápidamente hay que buscar donde acostar la mujer y
traer a luz el niño. Y esto sucedió, a quien vino a salvar los hombres, quien
es enviado en su primera acostada a estar con los animales: “Lo acostó en un
pesebre”. Su hotel fue un pesebre y su cama un montón de paja, esa fue la
extraña cuna del Rey de reyes.
Santificó la pobreza, o que no debemos quejarnos cuando Dios nos llame a un
condición donde tengamos necesidades temporales. Si consideramos debidamente este
humilde ejemplo no debiera haber nada que nos produzca descontento. Por tanto,
que hoy, mes de diciembre, no sea para seguir con la corriente del mundo y la
ostentación, sino para que comiences hacer lo que Dios manda, seguir a Cristo y
heredar vida eterna. Jesús nació en un pesebre; el emperador y su corte, ni los
gobernantes judíos se enteraron. Sino unos pobres pastores en el campo, ni
siquiera en la ciudad; tuvieron la dicha de ser invitados al nacimiento del
Hijo de Dios.
Dios no busca gente que lo haga brillar, sino individuos a quienes la práctica
del Evangelio los haga brillar como buenos y obedientes. En su nacimiento no
tuvo amigos que lo celebraran, ni siervos que le sirvieran, sino animales
recibieron al Rey de los cielos, quizás por eso el apóstol Pablo escribe: “E
indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en
carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles” (1Tim.3:16). Su
humillación fue la más grande.
Lo hizo por nosotros, para salvarnos y enseñarnos que en este mundo de pecado
el camino de la humillación es la senda de la salud y victoria. Salud mental,
emocional y anímica; victoria eterna.
Amen.