Meditación Diaria

Meditación del 20 de diciembre

Texto: "Y esta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3)

 
La Biblia dice que el eterno poder y deidad del Creador pueden ser conocidos por medio de las cosas creadas, y aquí se nos dice que solo por Jesucristo puede una persona llegar al conocimiento de Dios.

 
Alguien pregunta: ¿Donde radica la diferencia? Las obras de la creación son como pequeños destellos de Su naturaleza en comparación con los potentes rayos de Su gloria, que vienen a través del Único Mediador entre Dios y los hombres. Para ampliar esta verdad veamos este texto: "En aquel tiempo a Jerusalén le llamaran Trono de Jehová. Todas las naciones se congregaran en Jerusalén por causa del nombre de Jehová, y no andarán mas según la dureza de su malvado corazón" (Jer.3:17); es obvio que la referencia es a la Iglesia de Cristo. Entiéndase, pues, que así como los reyes utilizan sus tronos para mostrar la magnificencia de su realeza, Dios emplea la Iglesia para mostrar, explicar y proclamar Su gloria. Allí podemos ver la enormidad de Su bondad, la severidad de Su justicia, los lustres de Su sabiduría, el honor de Sus leyes, y en la cruz de Cristo podemos ver la hermosura y brillantez de Su infinita misericordia salvando a los pecadores: "Dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en el" (Jn.13:31); todos los atributos de Dios son glorificados en Cristo.

 

Tal fue la petición del Señor Jesús: "Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: ¡Ya lo he glorificado y lo glorificare otra vez!" (Jn.12:28). Jesús no añadió gloria a Dios con Su obra sobre la tierra, sino que abrió las cortinas del trono de Dios a los ojos de los hombres por medio de la fe en El. De modo que la obra de redención muestra la gloria de Dios con mucho mayor brillo e intensidad que la que podemos ver en la creación: "Todos ellos serán justos; para siempre heredaran la tierra. Ellos son los vástagos de mi plantío, la obra de mis manos, para manifestar mi gloria" (Isa.60:21); nótese el fin de la redención: "Para manifestar mi gloria". Cristo es como el escenario de teatro donde entran en escena los gloriosos atributos de Dios. De ahí Su oración sacerdotal: "Estas cosas hablo Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también el Hijo te glorifique a ti. Como le has dado potestad sobre toda carne, para que de vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (v1-3).

 
Como dijera un ministro puritano: "La paciencia se regocija en su infatigable esperar; la justicia triunfantemente hace florecer la espada sangrienta metida en el corazón del Redentor; la misericordia besa y canta los triunfos de la justicia; la verdad toma los amargos juicios de Dios con las dulces promesas y los junta en su seno, y todos los atributos de Dios son manifestados en exacta armonía, y así el tiempo y la eternidad son aparejados en el Hermoso Salvador". Entonces, cuan insuficiente es la razón para conocer a Dios sin la revelación en Cristo. Las excelencias y hermosuras de Dios no pueden ser vistas ni mucho menos entendidas, en la misma manera como se disciernen los misterios de la naturaleza; la razón lo mas que puede darnos son débiles chispas o ligeras nociones de Dios. En otras palabras, que la razón es ciega a las cosas de Dios. Nuestro entendimiento no puede dar una respuesta satisfactoria y convincente de los asuntos que están debajo de nuestros pies o frente a nuestros ojos, mucho menos explicar correctamente lo que esta por encima de nuestras cabezas. Los médicos tienen el cáncer frente a su cara y no pueden descifrarlo ni sanarlo, tampoco puede ningún hombre hablar de las cosas del alma que no se ve ni del cielo que esta tan distante de nuestros corazones.

  
Los discípulos que iban camino de Emaús son ejemplo elocuente de esta verdad: "Sucedió que, mientras iban conversando y discutiendo el uno con el otro, el mismo Jesús se acerco e iba con ellos. Pero sus ojos estaban velados, de manera que no le reconocieron... Entonces fueron abiertos los ojos de ellos, y le reconocieron. Pero el desapareció de su vista" (Lc.24:15,31); esto es, que Jesús y sus cosas no pueden ser vista como deben ser vistas a menos que El mismo nos abra los ojos.

 
Así que, sea nuestra oración en coro con el salmista: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley. (Sal.119:18).

 

Amen.

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