
Texto: “Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del
que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le
dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:39-40)
Cuando el Creyente y el ser humano en general están pasando por una situación
adversa, lo natural es apartarse de Dios, y esto se deja ver en que se espera
de las criaturas favores que sólo pueden ser hechos por el poder de Dios. Y
esta debilidad es una de las razones por lo cual el Señor envía aflicciones a
nuestras vidas, para curarnos de imaginar cosas irreales. Entonces nos
molestamos, y peor aun pensamos que es correcto enfadarnos. Concluimos que
tales pruebas son contra nuestra felicidad, pero en tales tratos Dios tiene
otros planes. El llevará nuestras almas a que renuncien a confiar en la
criaturas, y allí estaremos hasta que tengamos la convicción que el brazo de
los hombres es débil e infiel.
Marta tenía esa inclinación humana, ansiedad por las
cosas terrenales, debilidad que Cristo le reprochó, y le dijo que una sola cosa
era necesaria. Aquí le reprende otra vez, y levanta sus ojos al cielo para
hacerle sentir la necesidad de buscar allí un mejor recurso que los que podía
encontrar en la tierra. Como si le dijese que para mirar correctamente hacia
arriba había que morir a lo que aquí abajo nos fuera valioso.
Las aflicciones santificadas tienen esta bendición,
nos hacen ver cuan poco tiene el mundo que darnos. Como ya le dijo antes: “Le
dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá” (v25). Esto es, que aun cuando tus amigos y consuelos, o todo
aquello que te sea excelente y valioso muera, aun así si crees en Mí, nunca
morirás. Es eso que se llama una aflicción santificada, cuando la providencia
divina nos lleva a renunciar de las criaturas para confiar en Dios, tal como
hace Jesús aquí con Marta. Que su dolor y humillación lleven su corazón a
buscar ayuda eficaz, la cual viene de Dios.
Por el contrario una aflicción no santificada conduce
al individuo a esperar ayuda de los hombres, y a quejarse en contra de su
prójimo. Las aflicciones de la misericordia de Dios tienen esta ventaja, David
lo expresa así: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus
estatutos” (Sal.119:71). Por tanto, purifica tu mente cuestionándole sus
consejos. En tal caos no podrás hacerle una mejor pregunta a tu propio corazón,
que cuando te traiga una recomendación, y le cuestiones así: ¿Qué ha dicho
Dios? o ¿Qué me ha prometido en este caso particular que me acontece? ¿Cuál es
mi deber en esta situación? Marta le dijo, que su hermano tenía cuatro días de
muerto, que hedía, sin embargo la voz del Señor fue muy diferente: “Quitad la
piedra”. Recuerda que toda potestad en los cielos y en la tierra es Suyo, que Su
oficio es Salvador, librarte de tus problemas, o lo que es lo mismo,
santificarlos para el bien y fortaleza de tu alma.
Amen