Meditación Diaria

Meditación del 6 de diciembre

Texto:  “Y he aquí, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, una mujer que era pecadora en la ciudad llevó un frasco de alabastro con perfume Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los pies de él con sus lágrimas”(Lucas 7:37-38).

 
El cuadro frente a nuestros ojos es maravilloso, y esto por dos razones. Por un lado, que una mujer notoriamente conocida por ser pecadora, cuyo negocio fue la perversión, y que por iniciativa propia busque del Salvador. Eso es extraordinario en el sentido literal del término. Dice el refrán aves del mismo plumaje vuelan juntas, pero he aquí está buscando volar con un santo, en cuya presencia el sentido de culpa y vergüenza se aumentaría. Las manchas son más notorias donde hay más luz. La voz del Evangelio es muy común, se oye donde quiera, pero su poder es muy escaso. Hay millones de oidores, pero pocos convertidos. Esta mujer es, pues, admirable.


Por el otro lado, vemos al Señor Jesús en Su gran misericordia, recibir a los pecadores. Ella fue movida por la Gracia de Cristo, confiada de que su estado no empeoraría, ni sería disminuida ni avergonzada, sino perdonada. Esa es Su gracia, nos mueve a El y en ella nos acepta. El problema de esta mujer no fue asunto de debilidad, pues por debilidad todos somos pecadores, sino de práctica, del ejercicio diario de su propia voluntad, fue algo permanente y abierto. No dice que fuese ladrona, asesina, idolatra, sino el dar satisfacción sin freno a su codicia carnal su estilo de vida fue ese, fue famosa por su mancha.


Llamo la atención sobre el texto: “Que era pecadora en la ciudad” (v37). Fue pecadora, pero tan pronto conoció a Jesús ya no más. Hasta ahora sus ojos habían sido chispa y fuego de codicia sexual, y ahora al conocer a Cristo sus ojos son transformados en fuente de lágrimas. Sus cabellos habían sido como anzuelos para entrampar a sus amantes incautos, y al conocer a Cristo son convertidos en toallas para secar los pies del Salvador, todo su ser pasó al servicio del hijo de Dios. Su presencia en busca de Jesús en este lugar testificaba del cambio. Cuando alguien viene a la Iglesia en busca de Dios, el hecho en sí manifiesta un cambio, de ahí en adelante es no perder lo avanzado. Lo otro que se señal de ella es su esfera de acción: “En la ciudad”. Mientras más conocido es un vicio, más escándalo produce. El pecado es pecado, y el hecho de que muchos lo conozcan no lo hace más pecado, lo que se produce en tal caso es más ofensas. No dice su nombre ni el de la ciudad, pero algo es muy claro que era muy conocida en su tiempo, y no por virtud, sino por vicio.

 
En el texto es notoria la compasión divina, pues indica que al no mencionar su nombre y sí el pecado es, que se denota aborrecimiento a lo que hacía, pero protege su reputación. Es asunto de justicia castigar el mal, pero misericordia perdonar al ofensor. Lo peor de esta mujer es asunto del pasado. Cristo vino a buscar los pecadores, entonces todo verdadero Creyente tuvo un feo pasado, su pecado frente a la justicia divina.


Su humildad es notoria: “Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los pies de él con sus lágrimas” (v38). No se paró enfrente del Señor sino que estuvo detrás, se cuidó de eso. Ella no vino a conquistar un hombre, como quizás hizo muchas veces, sino buscando el Salvador de su alma. Cuando las mujeres andan en conquistas sexuales miran a los ojos, pero ella no hizo eso, sino que su vista era hacia el suelo, en gesto de humillación. Se quitó su ropaje y práctica de ramera, y vino a Jesús como pecador arrepentido. Lágrimas pudo lavar los pies del Señor. Maravilloso cuadro.


En esta historia hay una verdad muy clara: Cristo es perdonador, vino a perdonar y salvar. Se agrega a esto su grande misericordia. A ella le perdonó, la defendió, y la honró delante de todos.

 

Amen.

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