Meditación Diaria

Meditación del 18 de diciembre

Texto: "Diré a Dios: Roca mía, ¿por que te has olvidado de mi? ¿Por que andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? “(Salmos 42:9).

 
Ciertamente que lo más triste para un verdadero Creyente es perder la cara sonriente de Dios y Cristo, un sentido de sequedad cae sobe el corazón al ser abandonado por Cristo. No hay tristeza mayor para un corazón bajo la Gracia de Dios que perder la paz del Señor.

  
Si una estrella del universo se apaga, se disminuye la luz en la misma cantidad apagada, pero si el sol no da su luz, las tinieblas del mundo serian total, el frió aumentaría y todas los seres vivientes morirían. En sentido espiritual esa seria la más amarga de todas las aflicciones, porque la presencia de Cristo endulza todos los demás bienes, sin El serian amargos, el sufrimiento se multiplicaría y la esperanza de alivio se apaga. Tanto como Cristo brille en un Creyente, su alma podrá emprender cualquier empresa y sostener cualquier dolor; mire como lo dice el apóstol: "En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas" (2Ti.4:16-17); he aquí un hombre preso, abandonado por sus amigos y hermanos queridos, pero la presencia de Dios con el le suplió todo el consuelo y sostén que necesitaba.

 
Otro ejemplo elocuente del poder que puede sacar un Creyente de la Presencia de Cristo, lo encontramos en aquella mujer que padecía flujo de sangre: "Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacia doce años. Había sufrido mucho de muchos médicos y había gastado todo lo que tenia, y de nada le había aprovechado; más bien, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y toco su manto, porque ella pensaba: Si solo toco su manto, seré sanada. Al instante, se seco la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote" (Marc.5:25-29); a ella solo le basto tocar el manto del Señor Jesús para encontrar el alivio definitivo a su cuerpo enfermo y a su atribulada alma, todas los médicos la habían desahuciado, y Jesús la hizo gozar con toda el alma. Pero si Dios y Cristo abandonan, no hay quien pueda aliviar en el día de la angustia, nadie podrá consolarlo. De manera semejante hay aflicciones tan grandes que se tragan todo el aliento del hombre. Por eso si Dios esconde Su rostro de uno de Sus hijos es la aflicción mayor, nada puede consolar; mire como ruega el salmista: "Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues en tu ira" (Salm.6:1); y uno se pregunta: ¿por que David rogaba no ser castigado por el disgusto divino?, por la sencilla razón de que si Dios lo castigaba airado, quien luego lo consolaría; de manera, pues, que la mayor angustia es ser abandonado por Dios, pues en tal situación parece como si estuviera corrigiendo en Su ira, de ahí que David le rogaba ser librado.

 
En ocasiones el Cristiano combate contra los hombres y vence; combate contra los malos espíritus, contra Satanás y también vence, pues Cristo pelea en el Creyente, y por el Creyente; pero cuando el Creyente siente que Dios le abandona es como si su lucha fuera contra el Señor, y ¿quien podrá librarle? En algunos casos se ha visto al hombre natural recurrir al suicidio cuando sus adversidades le abruman y el ve que todos los caminos se le cierran, como si todo se levantara en su contra. Los Cristianos son hombres y mujeres de segura esperanza, pero eso no quita que en su caso el le parece como si toda posibilidad de alivio o ayuda se cerrase, que el favor divino se ausenta, y entonces es como si cayese en el hoyo del desespero y del desaliento, y ahí clama: "Diré a Dios: Roca mía, ¿por que te has olvidado de mi? ¿Por que andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? ".

 
Ahora, permítasenos contrastar el amor de entre los mejores hombres que ha tenido la humanidad, con el amor eterno de Cristo; mire conmigo este pasaje: “Entonces hubo gran llanto de todos. Se echaron sobre el cuello de Pablo y le besaban, lamentando sobre todo por la palabra que había dicho que ya no volverían a ver su cara. Y le acompañaron al barco" (Hch.20:37-38); nótese que esta despedida fue triste y los hermanos de la Iglesia de Efeso se echaron al cuello de Pablo llorando, porque no volverían a ver de nuevo su rostro, y eso puede suceder con algún hermano, pero no con Cristo.

 
Nuestro hermoso Salvador y Redentor viene otra vez a buscar a los suyos y regresara multiplicando las bendiciones, porque si abandona por un momento,
volverá con abundantes misericordias.

 

Amen.

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