
Texto:
"Diré a Dios: Roca mía, ¿por que te has olvidado de mi? ¿Por que andaré yo
enlutado por la opresión del enemigo? “(Salmos 42:9).
Ciertamente que lo más triste para un verdadero Creyente es perder la cara
sonriente de Dios y Cristo, un sentido de sequedad cae sobe el corazón al ser
abandonado por Cristo. No hay tristeza mayor para un corazón bajo la Gracia de
Dios que perder la paz del Señor.
Si una estrella del universo se apaga, se disminuye la luz en la misma cantidad
apagada, pero si el sol no da su luz, las tinieblas del mundo serian total, el
frió aumentaría y todas los seres vivientes morirían. En sentido espiritual esa
seria la más amarga de todas las aflicciones, porque la presencia de Cristo
endulza todos los demás bienes, sin El serian amargos, el sufrimiento se
multiplicaría y la esperanza de alivio se apaga. Tanto como Cristo brille en un
Creyente, su alma podrá emprender cualquier empresa y sostener cualquier dolor;
mire como lo dice el apóstol: "En mi primera defensa ninguno estuvo a mi
lado, sino que todos me desampararon. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio
fuerzas" (2Ti.4:16-17); he aquí un hombre preso, abandonado por sus amigos
y hermanos queridos, pero la presencia de Dios con el le suplió todo el
consuelo y sostén que necesitaba.
Otro ejemplo elocuente del poder que puede sacar un Creyente de la Presencia de
Cristo, lo encontramos en aquella mujer que padecía flujo de sangre:
"Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacia doce años. Había
sufrido mucho de muchos médicos y había gastado todo lo que tenia, y de nada le
había aprovechado; más bien, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús,
vino por detrás de él entre la multitud y toco su manto, porque ella pensaba:
Si solo toco su manto, seré sanada. Al instante, se seco la fuente de su sangre
y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote" (Marc.5:25-29); a ella solo le basto tocar el manto del
Señor Jesús para encontrar el alivio definitivo a su cuerpo enfermo y a su
atribulada alma, todas los médicos la habían desahuciado, y Jesús la hizo gozar
con toda el alma. Pero si Dios y Cristo abandonan, no hay quien pueda aliviar
en el día de la angustia, nadie podrá consolarlo. De manera semejante hay
aflicciones tan grandes que se tragan todo el aliento del hombre. Por eso si
Dios esconde Su rostro de uno de Sus hijos es la aflicción mayor, nada puede
consolar; mire como ruega el salmista: "Jehová, no me reprendas en tu
enojo, ni me castigues en tu ira" (Salm.6:1); y
uno se pregunta: ¿por que David rogaba no ser castigado por el disgusto
divino?, por la sencilla razón de que si Dios lo castigaba airado, quien luego
lo consolaría; de manera, pues, que la mayor angustia es ser abandonado por
Dios, pues en tal situación parece como si estuviera corrigiendo en Su ira, de
ahí que David le rogaba ser librado.
En ocasiones el Cristiano combate contra los hombres y
vence; combate contra los malos espíritus, contra Satanás y también vence, pues
Cristo pelea en el Creyente, y por el Creyente; pero cuando el Creyente siente
que Dios le abandona es como si su lucha fuera contra el Señor, y ¿quien podrá
librarle? En algunos casos se ha visto al hombre natural recurrir al suicidio
cuando sus adversidades le abruman y el ve que todos
los caminos se le cierran, como si todo se levantara en su contra. Los
Cristianos son hombres y mujeres de segura esperanza, pero eso no quita que en
su caso el le parece como si toda posibilidad de alivio o ayuda se cerrase, que
el favor divino se ausenta, y entonces es como si cayese en el hoyo del
desespero y del desaliento, y ahí clama: "Diré a Dios: Roca mía, ¿por que
te has olvidado de mi? ¿Por que andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
".
Ahora, permítasenos contrastar el amor de entre los mejores hombres que ha
tenido la humanidad, con el amor eterno de Cristo; mire conmigo este pasaje:
“Entonces hubo gran llanto de todos. Se echaron sobre el cuello de Pablo y le
besaban, lamentando sobre todo por la palabra que había dicho que ya no
volverían a ver su cara. Y le acompañaron al barco" (Hch.20:37-38);
nótese que esta despedida fue triste y los hermanos de la Iglesia de Efeso se echaron al cuello de Pablo llorando, porque no
volverían a ver de nuevo su rostro, y eso puede suceder con algún hermano, pero
no con Cristo.
Nuestro hermoso Salvador y Redentor viene otra vez a buscar a los suyos y
regresara multiplicando las bendiciones, porque si abandona por un momento,
volverá con abundantes misericordias.
Amen.