
Texto:
"Y esta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3)
La Biblia dice que el eterno poder y deidad del Creador pueden ser conocidos
por medio de las cosas creadas, y aquí se nos dice que solo por Jesucristo
puede una persona llegar al conocimiento de Dios.
Alguien pregunta: ¿Donde radica la diferencia? Las obras de la creación son
como pequeños destellos de Su naturaleza en comparación con los potentes rayos
de Su gloria, que vienen a través del Único Mediador entre Dios y los hombres. Para
ampliar esta verdad veamos este texto: "En aquel tiempo a Jerusalén le
llamaran Trono de Jehová. Todas las naciones se congregaran en Jerusalén por
causa del nombre de Jehová, y no andarán mas según la dureza de su malvado
corazón" (Jer.3:17); es obvio que la referencia
es a la Iglesia de Cristo. Entiéndase, pues, que así como los reyes utilizan
sus tronos para mostrar la magnificencia de su realeza, Dios emplea la Iglesia
para mostrar, explicar y proclamar Su gloria. Allí podemos ver la enormidad de
Su bondad, la severidad de Su justicia, los lustres de Su sabiduría, el honor
de Sus leyes, y en la cruz de Cristo podemos ver la hermosura y brillantez de
Su infinita misericordia salvando a los pecadores: "Dijo Jesús: Ahora es
glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en el" (Jn.13:31); todos los atributos de Dios son glorificados en
Cristo.
Tal fue la
petición del Señor Jesús: "Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una
voz del cielo: ¡Ya lo he glorificado y lo glorificare otra vez!" (Jn.12:28). Jesús no añadió gloria a Dios con Su obra sobre
la tierra, sino que abrió las cortinas del trono de Dios a los ojos de los
hombres por medio de la fe en El. De modo que la obra de redención muestra la
gloria de Dios con mucho mayor brillo e intensidad que la que podemos ver en la
creación: "Todos ellos serán justos; para siempre heredaran la tierra. Ellos
son los vástagos de mi plantío, la obra de mis manos, para manifestar mi
gloria" (Isa.60:21); nótese el fin de la redención: "Para manifestar
mi gloria". Cristo es como el escenario de teatro donde entran en escena
los gloriosos atributos de Dios. De ahí Su oración sacerdotal: "Estas
cosas hablo Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha
llegado; glorifica a tu Hijo, para que también el Hijo te glorifique a ti. Como
le has dado potestad sobre toda carne, para que de vida eterna a todos los que
le diste. Y esta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (v1-3).
Como dijera un ministro puritano: "La paciencia se regocija en su
infatigable esperar; la justicia triunfantemente hace florecer la espada
sangrienta metida en el corazón del Redentor; la misericordia besa y canta los
triunfos de la justicia; la verdad toma los amargos juicios de Dios con las
dulces promesas y los junta en su seno, y todos los atributos de Dios son
manifestados en exacta armonía, y así el tiempo y la eternidad son aparejados
en el Hermoso Salvador". Entonces, cuan insuficiente es la razón para
conocer a Dios sin la revelación en Cristo. Las excelencias y hermosuras de
Dios no pueden ser vistas ni mucho menos entendidas, en la misma manera como se
disciernen los misterios de la naturaleza; la razón lo mas que puede darnos son
débiles chispas o ligeras nociones de Dios. En otras palabras, que la razón es
ciega a las cosas de Dios. Nuestro entendimiento no puede dar una respuesta
satisfactoria y convincente de los asuntos que están debajo de nuestros pies o
frente a nuestros ojos, mucho menos explicar correctamente lo que esta por
encima de nuestras cabezas. Los médicos tienen el cáncer frente a su cara y no
pueden descifrarlo ni sanarlo, tampoco puede ningún hombre hablar de las cosas
del alma que no se ve ni del cielo que esta tan distante de nuestros corazones.
Los discípulos que iban camino de Emaús son ejemplo
elocuente de esta verdad: "Sucedió que, mientras iban conversando y
discutiendo el uno con el otro, el mismo Jesús se acerco e iba con ellos. Pero
sus ojos estaban velados, de manera que no le reconocieron... Entonces fueron
abiertos los ojos de ellos, y le reconocieron. Pero el desapareció de su
vista" (Lc.24:15,31); esto es, que Jesús y sus
cosas no pueden ser vista como deben ser vistas a menos que El mismo nos abra
los ojos.
Así que, sea nuestra oración en coro con el salmista: "Abre mis ojos, y
miraré las maravillas de tu ley. (Sal.119:18).
Amen.