Texto: “Entonces
se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus
hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le
dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu
derecha, y el otro a tu izquierda“(Mateo 20:20).
El Señor Jesús les había dicho a todos ellos: ¿En qué vemos su fe? Lemos el
pasaje: “He aquí, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a
los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte. Le
entregarán a los gentiles para que se burlen de él, le azoten y le crucifiquen;
pero al tercer día resucitará” (v18-19). Lo que ella oyó de los labios de Jesús
fue la maldición de Sus sufrimientos y muerte; en cambio ella ahora habla de Su
gloria. Oyendo de Su cruz ella ve una corona: “Entonces se le acercó la madre
de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose
ante él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que
en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a
tu izquierda“(v20). Si ella hubiese visto a Herodes extender su cetro de poder
a disposición de Jesús, y los principales gobernantes de Israel viniendo
humillados a los pies de Cristo, o que aquella sociedad se sometía bajo el
gobierno del Hijo de Dios, lo propio era pensar en un reino. En cambio ella oyó
de traición, burlas, maltratos y muerte; sin embargo no le dio mente a tal
cosa. El cuadro frente a nosotros de esta buena mujer argumenta que la creencia
de su corazón era capaz de triunfar sobre toda adversidad: “Es, pues, la fe la
constancia de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no
se ven” (Hebr.11:1).






