Texto: “Vino a el un leproso, rogándole; e hincada la
rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia
de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, se limpio” (Marcos 1:40).
Todos sabemos que la lepra es una enfermedad de la piel, pero para el judío no
era solo así, sino que la lepra era signo de inmundicia cuando era encontrada
en alguien, en tales casos el enfermo no era enviado a los médicos, sino que se
ponía bajo la inspección del sacerdote, el asunto tenía una connotación
religiosa (Lev.13:2-3).
La lepra era como un tipo de la enfermedad del alma, el pecado, pues el
individuo era declarado inmundo, y entre ellos fue considerada como indicativo
del disgusto particular de Dios sobre la persona que cayera. Dios mismo
castigaba con lepra y el mismo perdonaba o limpiaba: "Cuando la nube se
apartó de encima del tabernáculo, he aquí que María quedó leprosa, blanca como
la nieve. Aarón se volvió hacia María, y he aquí que estaba leprosa" (Nm.12:10). La honra de limpiar la lepra estaba reservada
para Cristo, nuestro Gran Sumo sacerdote; y este hombre leproso tomó el camino
correcto, ir al Señor buscando la curación, pues Cristo es el Único que puede
limpiarnos de la inmundicia del pecado. Debemos ver nuestra lepra para
acercarnos, cuando vemos nuestra lepra espiritual estamos empezando a ser
humildes.