Texto: “Exhorta a los siervos a que estén sujetos a sus
propios amos en todo: que sean complacientes y no respondones” (Tito 2:9).
Es un deber Cristiano saber hablar y no ser
respondones, o que el silencio bien manejado es una Gracia divina. Para ser más
específico, los cristianos que son empleados, o sirvientes por paga o no,
estarán muy tentados a quebrar su compromiso de ser mansos. Sépase, pues, que
es mejor no decir nada que decir algo que provoque al prójimo o que esté mal
dicho. La exhortación aquí no es a simple silencio, sino de un buen silencio,
un callar complaciente, ya que se puede callar con una cara de disgusto, lo
cual quebrantaría la mansedumbre, quitaría adorno al Evangelio y ofendería a
Dios.
David es ejemplo que ilustra: “He aquí, tus ojos han
visto en este día cómo Jehová te ha puesto hoy en mi mano en la cueva. Me
dijeron que te matara, pero yo tuve compasión de ti y dije: “No extenderé mi
mano contra mi señor, porque él es el ungido de Jehová” (1Sam.24:10). Saúl
quiso matarlo y le devolvió palabras mansas y respetuosas. El salmista gráfica
esta actuación: “Yo dije: Cuidaré mis caminos para no pecar con mi lengua.
Guardaré mi boca con freno, en tanto que el impío esté frente a mí. Enmudecí,
quedé en silencio; me callé aun respecto de lo bueno, pero mi dolor se agravó.
Mi corazón se enardeció dentro de mí; fuego se encendió en mi suspirar, y así
hablé con mi lengua” (Sal.39:3). Noten que él no habló, sino escribió su
oración a Dios, hace una confesión, y resalta que hizo silencio. El silencio es
un deber cristiano, y un fuerte adorno del Evangelio.






